Por Roberto O. Sánchez (*)
En ciencia se entiende por “cambio de paradigma” al reemplazo de una teoría, aplicable a algún aspecto de la realidad, por otra nueva teoría que brinda una explicación más certera de esa parcela de la realidad. La teoría antigua ha resultado útil por algún tiempo, pero el avance de la ciencia ha ido demostrando que adolece de fallas severas, por lo cual su utilidad es limitada. Sin embargo, las fallas en una teoría no son motivo suficiente para su reemplazo. Hace falta que surja una nueva teoría, un nuevo paradigma, que supere a la anterior. Se produce así una revolución científica.
Ejemplos de revoluciones científicas hay muchos y en los más diversos campos de la ciencia. Mencionaremos solo uno a título de ejemplo. Durante siglos se concibió a la Tierra como centro del universo (teoría conocida como geocéntrica o como modelo de Ptolomeo). Sin embargo, cuando comenzaron a realizarse observaciones respecto al movimiento de los planetas del sistema solar se advirtió que éstos seguían órbitas muy extrañas, en lugar de girar armónicamente alrededor de la Tierra como indicaría la teoría. Fue Copérnico quien, alrededor de mediados del siglo XVI, propuso otro paradigma, la teoría heliocéntrica, en la cual el centro del universo era el Sol, y no la Tierra. Como esta teoría se ajustaba más a los datos que la teoría geocéntrica, terminó por reemplazarla, produciéndose entonces un cambio de paradigma (la propia teoría heliocéntrica también mostró fallas y fue reemplazada posteriormente). Desde entonces y hasta aquí el cambio de paradigma se ha producido en reiteradas ocasiones en los campos más diversos de la ciencia, pudiendo mencionarse, como ejemplos, a la Teoría de la Evolución de Darwin, o la Teoría de la Relatividad de Einstein, entre decenas de casos.
Desde hace décadas, al menos de comienzos de los años 50, cuando comienzan a existir las clasificaciones psicopatológicas oficiales, la teoría dominante considera a los trastornos psicológicos como categorías. Esto es, existirían una serie de trastornos y cada persona los tiene o no los tiene. Esta lógica categorial, o de presencia/ausencia, es fácil de ejemplificar desde la medicina, con un ejemplo desafortunadamente muy presente: a la enfermedad COVID-19 se la tiene o no se la tiene. Quien se ha contagiado con el virus SARS-CoV-2 puede presentar la enfermedad y quien no, no. O sea, hay una diferencia cualitativa entre estar contagiado y no estarlo, y es la presencia del virus, obviamente. Muchas otras dolencias en medicina siguen la misma lógica. Pero otras no.
Muchas afecciones médicas no pueden entenderse en términos de presencia/ausencia, sino que son más sensibles a un acercamiento de tipo dimensional, vale decir, existiría una dimensión donde una persona podría presentar valores bajos, medios o altos. Tomemos el caso del colesterol. Claramente todos tenemos colesterol, en un grado u otro, y es el consenso político-científico el que determina cuándo, a partir de qué nivel, el colesterol puede constituir un problema médico. Pero este valor límite es arbitrario, en el sentido de que es ese, pero podría ser otro. De hecho, ese valor límite ha cambiado, hacia abajo, a lo largo del tiempo. A diferencia del caso anterior, aquí no se observan diferencias cualitativas entre personas con alto o bajo colesterol. Por el contrario, la diferencia es cuantitativa, y los mecanismos que explican un nivel de colesterol “normal” son los mismos que están presentes en un caso de colesterol elevado.
Pues bien, en la psicopatología se está produciendo en un cambio de paradigma en el sentido que venimos ejemplificando: los problemas psicológicos dejarán de conceptualizarse como una cuestión de categorías, representadas por la presencia o ausencia de los distintos trastornos en una persona, y en su reemplazo está surgiendo un modelo dimensional, basado en niveles de malestar. La evidencia disponible no se corresponde con una teoría psicopatológica basada en categorías, y el mantenimiento de este paradigma está obstaculizando el progreso científico.
En un futuro, ya no se categorizará de manera distinta a alguien que padece un trastorno psicológico respecto a quien no lo padece. Todos podemos presentar distintos grados de malestar en algún momento de nuestras vidas y eso no necesariamente es patológico, solo se convertiría en tal cuando supere cierto límite. Será un proceso de negociación político-científico el que determinará, al igual que lo que sucede respecto al colesterol, a partir de qué niveles ese malestar puede considerarse un trastorno psicológico y, por tanto, requerir intervención profesional. Y también, tal como sucede con el colesterol, cualquiera podrá buscar la manera para reducir ese malestar si lo considera elevado, aunque no alcance los niveles que el consenso científico considera como problemáticos.
Un cambio de paradigma no implica abandonar todos los postulados de la teoría anterior. Por el contrario, la nueva teoría conserva muchos de los aspectos de la antigua, solo que mirados desde otra óptica. Así, los problemas que contempla el acercamiento categorial a la psicopatología, de los cuales la ansiedad y la depresión son los más gravemente prevalentes, seguirán existiendo, solo que conceptualizados desde otro enfoque, uno más acorde a lo que muestra la evidencia científica. Por ejemplo, ante un estresor grave, cualquier persona podrá reaccionar con manifestaciones, de angustia, ansiedad o algún otro estado displacentero. Sin embargo, esto no constituirá un trastorno psicopatológico, salvo que el monto del malestar sea elevado, y que la persona no pueda articular los medios para salir de ese estado. En otras palabras, ya no se considerará que una persona que cumple los criterios para recibir un diagnóstico psicopatológico tiene algo distinto respecto al resto de las personas, sino que tiene algo de más. Habrá excepciones a esta regla, pero serán eso, excepciones.
Y así como la psicopatología es la rama de la Psicología que se ocupa de definir qué y cuáles son los trastornos psicológicos, la psicoterapia es la rama aplicada que la ciencia ofrece para el tratamiento de esos trastornos. Se espera que una psicoterapia sea eficaz, pero para ello, obviamente, debe partir de conceptualizaciones sólidas respecto a los trastornos con los cuales trata, y eso sólo puede lograrse si se cuenta con una teoría psicopatológica que refleje lo más cabalmente posible la realidad. Si la ciencia hubiera seguido considerando que los planetas dan vueltas alrededor de la Tierra, pobre hubiera sido la astronomía que se hubiera construido.
No obstante, no hay que caer en un excesivo optimismo. Aún falta para que surja ese nuevo paradigma que reemplace al actual. Diferentes propuestas están siendo estudiadas, y si bien comparten aspectos comunes, ninguna se ha impuesto hasta el momento, y la comunidad científica se encuentra dividida al respecto.
En la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Mar del Plata estamos trabajando en el proyecto de investigación “Modelos dimensionales de personalidad patológica”. En el proyecto abordamos aspectos conceptuales, indagando respecto a las diferentes propuestas psicopatológicas dimensionales que brinda actualmente la ciencia, y aspectos metodológicos, construyendo y adaptando instrumentos de evaluación psicológica adecuados a esas nuevas propuestas. Nuestro objetivo es aportar evidencia, desde un marco local, a este esfuerzo internacional que derivará en un cambio de paradigma en la psicopatología.
(*) Facultad de Psicología, Instituto de Psicología Básica, Aplicada y Tecnología (IPSIBAT), UNMdP.
Director Proyecto de Investigación (UNMdP): “Modelos dimensionales en personalidad patológica”.